Muy Lejos de Casa
Un Barranquillero en Lulea (Suecia)
Por David Pino
Me llamo David Pino Melgarejo y nací hace 25 años en la hermosa Barranquilla, ciudad de la que tengo mis mejores recuerdos. Hoy en día me encuentro muy lejos de casa, vivo en Lulea, una pequeña ciudad de 70.000 habitantes ubicada en el norte de Suecia y muy cerca del círculo polar ártico. Esta región, en la que los inviernos pueden alcanzar temperaturas de 40º bajo cero y los días más cortos tienen tan solo 3 horas de luz será mi hogar por un año. Vivir aquí será todo un reto para alguien como yo, acostumbrado a los, por lo menos, 30º de calor humano en Barranquilla durante 365 días al año.
Al pie de una tipica casa de campo sueca, pintada de rojo y con el techo de blanco.
He venido a Lulea para cursar el segundo año de un programa titulado Advanced Master in Materials Science and Enginering (Master en Ciencia e Ingeniería Avanzada de Materiales). Este master hace parte del programa Erasmus Mundus de la Unión Europea, el cual esta destinado a promover y fortalecer la educación en Europa y patrocinar la movilidad de estudiantes y profesores de países en vías de desarrollo (básicamente de Latinoamérica, Asia y África) hacia el viejo continente. Yo me encuentro en Europa gracias a una de las becas de dos años que otorga este programa y al respaldo que me dio la Universidad del Norte en Barranquilla. Actualmente, estoy iniciando el segundo año, el primero lo he cursado en la Universidad Politécnica de Cataluña en Barcelona (España), ciudad donde empecé esta nueva etapa en mi vida.
David con Carlos Mario Soto (tambien barranquillero) en Storgatan en el downtown de Lulea
Desde el primer día que llegue a Lulea y tan solo con bajarme del avión me di cuenta de que estaba en otro sitio, en otro mundo, totalmente diferente a lo que yo estaba acostumbrado. Me esperaba un aeropuerto muy pequeño, tanto que nuestro adorado y glorioso Ernesto Cortizos es enorme ante este. Luego, con solo los primeros minutos de estar allí me di cuenta de la pasividad y el orden que reinan en esta ciudad. Al bajar del avión todo el mundo actuaba con una paciencia y naturalidad poco común en las civilizaciones modernas, y poco menos en la alegría y el jolgorio de Barranquilla. Pero me hacia falta, me hacia falta llegar al aeropuerto y encontrarme con un amigo que se iba a Bogotá, me hacia falta ver en la salida a los abuelitos y a los tíos esperando ansiosamente aquel estudiante que no veían hace dos meses, o al combo de amigos esperando con una papayera, aguardiente y maizena al viajero internacional, y también me hacía falta tomar un “taxi pirata” y regatear la carrera con el chofer.
Con un grupo de estudiantes de intercambio en un lago de Lulea.
Los siguientes días iban mostrando que las primeras impresiones no eran equivocadas. La tranquilidad y el orden reinan con tanta unanimidad que el desorden y el caos parecen haberse olvidado donde esta este lugar. En el supermercado, en la Universidad, en las calles, los horarios, todo esta estrictamente programado y organizado. Nada se deja al azar aquí; no hay tarea, por simple que sea, que no tenga un procedimiento o unas instrucciones, ni acontecimiento que no tenga ni horario ni fecha en el calendario. Y aunque la planificación y el orden son muy importantes, la astucia y la improvisación para vencer los imprevistos también lo son. Y a los Barranquilleros nos sobra esa malicia indígena y chispa que nuestro entorno nos ha hecho desarrollar desde muy pequeños. Entonces, por momentos, deseo que se detengan un poco el reloj, que se retrase el bus, que no haya una orden, que se rompa la monoteneidad, que surja la espontaneidad y la alegría de Barranquilla, y que un rayo de sol y ese calor humano de mi Curramba me apacigüé en medio de esta fría Suecia.